El Gran Conflicto

 

 

Capitulo Uno

LA CAÍDA DE LUCIFER

 EN EL CIELO, antes de su rebelión, Lucifer era un ángel honrado y excelso, cuyo honor seguía al del amado Hijo de Dios.  Su semblante, así como el de los demás ángeles, era apacible y denotaba felicidad.  Su frente alta y espaciosa indicaba su poderosa inteligencia.  Su forma era perfecta; su porte Noble y majestuoso.  Una luz especial resplandecía sobre su rostro y brillaba a su alrededor con más fulgor y hermosura que en los demás ángeles.  Sin embargo, Cristo, el amado Hijo de Dios, tenía la preeminencia sobre todas las huestes angélicas.  Era uno con el Padre antes que los ángeles fueran creados.  Lucifer tuvo envidia de él y gradualmente asumió la autoridad que le correspondía sólo a Cristo.

 El gran Creador convocó a las huestes celestiales para conferir honra especial a su Hijo en presencia de todos los ángeles.  Este estaba sentado en el trono con el Padre, con la multitud celestial de santos ángeles reunida a su alrededor.  Entonces el Padre hizo saber que había ordenado que Cristo, su Hijo, fuera igual a él; de modo que doquiera estuviese su Hijo, estaría él mismo también.  La palabra del Hijo debería obedecerse tan prontamente como la del Padre.  Este había sido investido de la autoridad de comandar las huestes angélicas.  Debía obrar especialmente en unión con él en el proyecto de creación de la tierra y de todo ser viviente que habría de existir en ella.  Ejecutaría su voluntad. No haría nada por sí mismo.  La voluntad del Padre se cumpliría en él.

 Lucifer estaba envidioso y tenía celos de Jesucristo.  No obstante, cuando todos los ángeles se inclinaron ante él para reconocer su supremacía, gran autoridad y derecho de gobernar, se inclinó con ellos, pero su corazón estaba lleno de envidia y odio.  Cristo formaba parte del consejo especial de Dios para considerar sus planes, mientras Lucifer los desconocía.  No comprendía, ni se le permitía conocer los propósitos de Dios.  En cambio Cristo era reconocido como Soberano del Cielo, con poder y autoridad iguales a los de Dios.  Lucifer creyó que él era favorito en el cielo entre los ángeles.  Había sido sumamente exaltado, pero eso no despertó en él ni gratitud ni alabanzas a su Creador.  Aspiraba llegar a la altura de Dios mismo.  Se glorificaba en su propia exaltación.  Sabía que los ángeles lo honraban.  Tenía una misión especial que cumplir.  Había estado cerca del gran Creador y los persistentes rayos de la gloriosa luz que rodeaban al Dios eterno habían resplandecido especialmente sobre él.  Pensó en cómo los ángeles habían obedecido sus órdenes con placentera celeridad. ¿No eran sus vestiduras brillantes y hermosas? ¿Por qué había que honrar a Cristo más que a él?

 Salió de la presencia del Padre descontento y lleno de envidia contra Jesucristo.  Congregó a las huestes angélicas, disimulando sus verdaderos propósitos, y les presentó su tema, que era él mismo.  Como quien ha sido agraviado, se refirió a la preferencia que Dios había manifestado hacia Jesús postergándolo a él.  Les dijo que de allí en adelante toda la dulce libertad de que habían disfrutado los ángeles llegaría a su fin. ¿Acaso no se les había puesto un gobernador, a quien de allí en adelante debían tributar honor servil?  Les declaró que él los había congregado para asegurarles que no soportaría más esa invasión de sus derechos y los de ellos: que nunca más se inclinaría ante Cristo; que tomaría para sí la honra que debiera habérsele conferido, y sería el caudillo de todos los que estuvieran dispuestos a seguirlo y a obedecer su voz.

 Hubo discusión entre los ángeles.  Lucifer y sus seguidores luchaban para reformar el gobierno de Dios.  Estaban descontentos y se sentían infelices porque no podían indagar en su inescrutable sabiduría ni averiguar sus propósitos al exaltar a su Hijo y dotarlo de poder y mando ilimitados.  Se rebelaron contra la autoridad del Hijo.

 Los ángeles leales trataron de reconciliar con la voluntad de su Creador a ese poderoso ángel rebelde.  Justificaron el acto de Dios al honrar a Cristo, y con poderosos argumentos trataron de convencer a Lucifer de que no tenía entonces menos honra que la que había tenido antes que el Padre proclamara el honor que había conferido a su Hijo.  Le mostraron claramente que Cristo era el hijo de Dios, que existía con él antes que los ángeles fueran creados, y que siempre había estado a la diestra del Padre, sin que su tierna y amorosa autoridad hubiese sido puesta en tela de juicio hasta ese momento; y que no había dado orden alguna que no fuera ejecutada con gozo por la hueste angélica.  Argumentaron que el hecho de que Cristo recibiera honores especiales de parte del Padre en presencia de los ángeles no disminuía la honra que Lucifer había recibido hasta entonces.  Los ángeles lloraron.  Ansiosamente intentaron convencerlo de que renunciara a su propósito malvado para someterse a su Creador, pues todo había sido hasta entonces paz y armonía, y  ¿qué era lo que podía incitar esa voz rebelde y disidente?

 Lucifer no quiso escucharlos.  Se apartó entonces de los ángeles leales acusándolos de servilismo.  Estos se asombraron al ver que Lucifer tenía éxito en sus esfuerzos por incitar a la rebelión.  Les prometió un nuevo gobierno, mejor que el que tenían entonces, en el que todo sería libertad.  Muchísimos expresaron su propósito de aceptarlo como su dirigente y comandante en jefe.  Cuando vio que sus propuestas tenían éxito, se vanaglorió de que podría llegar a tener a todos los ángeles de su lado, que sería igual a Dios mismo, y su voz llena de autoridad sería escuchada al dar órdenes a toda la hueste celestial.  Los ángeles leales le advirtieron nuevamente y le aseguraron cuáles serían las consecuencias si persistía, pues el que había creado a los ángeles tenía poder para despojarlos de toda autoridad y, de una manera señalada, castigar su audacia y su terrible rebelión. ¡Pensar que un ángel se opuso a la ley de Dios que es tan sagrada como él mismo!  Exhortaron a los rebeldes a que cerraran sus oídos a los razonamientos engañosos de Lucifer, y le aconsejaron a él y a cuantos habían caído bajo su influencia que volvieran a Dios y confesaran el error de haber permitido siquiera el pensamiento de objetar su autoridad.

 Muchos de los simpatizantes de Lucifer se mostraron dispuestos a escuchar el consejo de los ángeles leales y arrepentirse de su descontento para recobrar la confianza del Padre y su amado Hijo.  El poderoso rebelde declaró entonces que conocía la ley de Dios, y que si se sometía a la obediencia servil se lo despojaría de su honra y nunca más se le confiaría su excelsa misión.  Les dijo que tanto él como ellos habían ido demasiado lejos como para volver atrás, y que estaba dispuesto a afrontar las consecuencias, pues jamás se postraría para adorar servilmente al Hijo de Dios; que el Señor no los perdonaría, y que tenían que reafirmar su libertad y conquistar por la fuerza el puesto y la autoridad que no se les había concedido voluntariamente.

 Los ángeles leales se apresuraron, a llegar hasta el Hijo de Dios y le comunicaron lo que ocurría entre los ángeles.  Encontraron al Padre en consulta con su amado Hijo para determinar los medios por los cuales, por el bien de los ángeles leales, pondrían fin para siempre a la autoridad que había asumido Satanás.  El gran Dios podría haber expulsado inmediatamente del cielo a este archiengañador, pero ese no era su propósito.  Daría a los rebeldes una justa oportunidad para que midieran su fuerza con su propio Hijo y sus ángeles leales.  En esa batalla cada ángel elegiría su propio bando y lo pondría de manifiesto ante todos.  No hubiera sido conveniente permitir que permaneciera en el cielo ninguno de los que se habían unido con Satanás en su rebelión.  Habían aprendido la lección de la genuina rebelión contra la inmutable ley de Dios, y eso es irremediable.  Si Dios hubiera ejercido su poder para castigar a este jefe rebelde, los ángeles subversivos no se habrían puesto en evidencia; por eso Dios siguió otro camino, pues quería manifestar definidamente a toda la hueste celestial su justicia y su juicio.

 

 Guerra en el cielo                                                  

 Rebelarse contra el gobierno de Dios era un crimen enorme.  Todo el cielo parecía estar en conmoción.  Los ángeles se ordenaron en compañías; cada división tenía un ángel comandante al frente.  Satanás estaba combatiendo contra la ley de Dios por su ambición de exaltarse a sí mismo y no someterse a la autoridad del Hijo de Dios, el gran comandante celestial.

 Se convocó a toda la hueste angélica para que compareciera ante el Padre, a fin de que cada caso quedase decidido.  Satanás manifestó con osadía su descontento porque Cristo había sido preferido antes que él.  Se puso de pie orgullosamente y sostuvo que debía ser igual a Dios y participar en los concilios con el Padre y comprender sus propósitos.  El Señor informó a Satanás que sólo revelaría sus secretos designios a su Hijo, y que requería que toda la familia celestial, incluido Satanás, le rindiera una obediencia absoluta e incuestionable; pero que él (Satanás) había demostrado que no merecía ocupar un lugar en el cielo.  Entonces el enemigo señaló con regocijo a sus simpatizantes, que eran cerca de la mitad de los ángeles y exclamó: "¡Ellos están conmigo! ¿Los expulsarás también y dejarás semejante vacío en el cielo?" Declaró entonces que estaba preparado para hacer frente a la autoridad de Cristo y defender su lugar en el cielo por la fuerza de su poder, fuerza contra fuerza.

 Los ángeles buenos lloraron al escuchar las palabras de Satanás y sus alborozadas jactancias.  Dios afirmó que los rebeldes no podían permanecer más tiempo en el cielo.  Ocupaban esa posición elevada y feliz con la condición de obedecer la ley que Dios había dado para gobernar a los seres de inteligencia superior.  Pero no se había hecho ninguna provisión para salvar a los que se atrevieran a transgredirla.  Satanás se envalentonó en su rebelión y expresó su desprecio por la ley del Creador.  No la podía soportar.  Afirmó que los ángeles no necesitaban ley y que debían ser libres para seguir su propia voluntad, que siempre los guiaría con rectitud; que la ley era una restricción de su libertad; y que su abolición era uno de los grandes objetivos de su subversión.  La condición de los ángeles, según él, debía mejorar.  Pero Dios, que había promulgado las leyes y las había hecho iguales a sí mismo, no pensaba así.  La felicidad de la hueste angélica dependía de su perfecta obediencia a la ley.  Cada cual tenía una tarea especial que cumplir, y hasta el momento cuando Satanás se rebeló, había existido perfecto orden y armonía en las alturas.

 Entonces hubo guerra en el cielo.  El Hijo de Dios, el Príncipe celestial y sus ángeles leales entraron en conflicto con el archirrebelde y los que se le unieron.  El Hijo de Dios y los ángeles fieles prevalecieron, y Satanás y sus seguidores fueron expulsados del cielo.  Toda la hueste celestial reconoció y adoró al Dios de justicia.  Ni un vestigio de rebeldía quedó en el cielo.  Todo volvió a ser pacífico y armonioso como antes.  Los ángeles lamentaron la suerte de los que habían sido sus compañeros de felicidad y bienaventuranza.  El cielo sintió su pérdida.

 El Padre consultó con el Hijo con respecto a la ejecución inmediata de su propósito de crear al hombre para que habitara la tierra.  Lo sometería a prueba para verificar su lealtad antes que se lo pudiera considerar eternamente fuera de peligro.  Si soportaba la prueba a la cual Dios creía conveniente someterlo, con el tiempo llegaría a ser igual a los ángeles.  Tendría el favor de Dios, podía conversar con ellos y éstos con él.  Dios no creyó conveniente ponerlos fuera del alcance de la desobediencia.

  

Capítulo Dos

 

LA CREACIÓN

 El Padre y el Hijo emprendieron la grandiosa y admirable obra que habían proyectado: la creación del mundo.  La tierra que salió de las manos del Creador era sumamente hermosa.  Había montañas, colinas y llanuras, y entre medio había ríos, lagos y lagunas.  La tierra no era una vasta llanura; la monotonía del paisaje estaba interrumpida por colinas y montañas, no altas y abruptas como las de ahora, sino de formas hermosas y regulares.  No se veían las rocas escarpadas y desnudas, porque yacían bajo la superficie, como si fueran los huesos de la tierra.  Las aguas se distribuían con regularidad.  Las colinas, montañas y bellísimas llanuras estaban adornadas con plantas y flores, y altos y majestuosos árboles de toda clase, muchísimo más grandes y hermosos que los de ahora.  El aire era puro y saludable, y la tierra parecía un noble palacio.  Los ángeles se regocijaban al contemplar las admirables y hermosas obras de Dios,

 Después de crear la tierra y los animales que la habitaban, el Padre y el Hijo llevaron adelante su propósito, ya concebido antes de la caída de Satanás, de crear al hombre a su propia imagen.  Habían actuado juntos en ocasión de la creación de la tierra y de todos los seres vivientes que había en ella.  Entonces Dios dijo a su Hijo: "Hagamos al hombre a nuestra imagen". Cuando Adán salió de las manos de su Creador era de noble talla y hermosamente simétrico.  Era bien proporcionado y su estatura era un poco más del doble de la de los hombres que hoy habitan la tierra.  Sus facciones eran perfectas y hermosas.  Su tez no era blanca ni pálida, sino sonrosado, y resplandecía con el exquisito matiz de la salud.  Eva no era tan alta como Adán.  Su cabeza se alzaba algo más arriba de los hombros de él.  También era de noble aspecto, perfecta en simetría y muy hermosa.

 La inocente pareja no usaba vestiduras artificiales.  Estaban revestidos de un velo de luz y esplendor como el de los ángeles.  Este halo de luz los envolvió mientras vivieron en obediencia a Dios.  Aunque todo cuanto el Señor había creado era perfecto y hermoso, y parecía que nada faltaba en la tierra creada por él para felicidad de Adán y Eva, les manifestó su gran amor al plantar un huerto especialmente para ellos.  Parte del tiempo debían emplearlo en la placentera labor de cultivar ese huerto, y otra parte en recibir la visita de los ángeles, escuchar sus instrucciones y dedicarse a feliz meditación.  Sus ocupaciones no eran fatigosas, sino agradables y vigorizantes.  Ese hermoso huerto había de ser su hogar.

 El Señor plantó árboles de todas clases en ese jardín, para brindar utilidad y dar belleza.  Algunos de ellos estaban cargados de exuberantes frutos, de suave fragancia, hermosos a la vista y sabrosos al paladar, destinados por Dios para dar alimento a la santa pareja. Había hermosas vides que crecían erguidas, cargadas con el peso, de sus frutos, diferentes de todo cuanto el hombre haya visto desde la caída.  Estos eran muy grandes y de diversos colores: algunos casi negros, otros púrpura, rojo, rosa y verde claro.  A los hermosos y exuberantes frutos que colgaban de los sarmientos de la vid se los llamó uvas.  No se arrastraban por el suelo aunque no estaban sostenidas por soportes, pero los sarmientos se arqueaban bajo el peso del fruto.  La grata tarea de Adán y Eva consistía en formar hermosas glorietas con los sarmientos de la vid y hacerse moradas con los bellos y vivientes árboles y el follaje de la naturaleza, cargados de fragantes frutos.

 La tierra estaba revestida de hermoso verdor, mientras miríadas de fragantes flores de toda especie y todo matiz crecían a su alrededor en abundante profusión.  Todo estaba dispuesto con buen gusto y magnificencia.  En el centro del huerto se alzaba el árbol de la vida cuya gloria superaba a la de todos los demás.  Sus frutos parecían manzanas de oro y plata, y servían para perpetuar la inmortalidad.  Las hojas tenían propiedades medicinales.

  

Adán y Eva en el Edén                                       

 La santa pareja vivía muy dichosa en el Edén.  Tenía dominio ilimitado sobre todos los seres vivientes.  El león y el cordero jugueteaban pacífica e inofensivamente a su alrededor, o se tendían a dormitar a sus pies.  Aves de todo color y plumaje revoloteaban entre los árboles y las flores, y en torno de Adán y Eva, mientras sus melodiosos cantos resonaban entre los árboles en dulce acuerdo con las alabanzas tributadas a su Creador.

 Adán y Eva estaban encantados con las bellezas de su hogar edénico.  Se deleitaban con los pequeños cantores que los rodeaban revestidos de brillante y primoroso plumaje, que gorjeaban su melodía alegre y feliz.  La santa pareja unía sus voces a las de ellos en armoniosos cantos de amor, alabanza y adoración al Padre y a su Hijo amado, por las muestras de amor que la rodeaban.  Reconocían el orden y la armonía de la creación que hablaban de un conocimiento y una sabiduría infinitos.  Continuamente descubrían en su edénica morada alguna nueva belleza, alguna gloria adicional, que henchía sus corazones de un amor más profundo, y arrancaba de sus labios expresiones de gratitud y reverencia a su Creador.

  

 Capítulo Tres

 

LAS CONSECUENCIAS DE LA REBELIÓN

 En medio del huerto, cerca del árbol de la vida, se alzaba el árbol del conocimiento del bien y del mal, destinado especialmente por Dios para ser una prenda de la obediencia, la fe y el amor de Adán y Eva hacia él.  Refiriéndose a este árbol, el Señor ordenó a nuestros primeros padres que no comieran de él, ni lo tocaran, porque si lo hacían morirían.  Les dijo que podían comer libremente de todos los árboles del huerto, menos de éste, porque si comían de él seguramente morirían.

 Cuando Adán y Eva fueron instalados en el hermoso huerto, tenían todo cuanto podían desear para su felicidad.  Pero Dios, para cumplir sus omniscientes designios, quiso probar su lealtad antes que pudieran ser considerados eternamente fuera de peligro.  Habían de disfrutar de su favor, y él conversaría con ellos, y ellos con él.  Sin embargo, no puso el mal fuera de su alcance.  Permitió que Satanás los tentara.  Si soportaban la prueba gozarían del perpetuo favor de Dios y de los ángeles del cielo.

 Satanás quedó sorprendido con su nueva condición.  Su felicidad se había disipado.  Contempló a los ángeles que como él habían sido tan felices, pero que habían sido expulsados del cielo con él.  Antes de su caída ni una sombra de descontento había malogrado su perfecta felicidad.  Ahora todo parecía haber cambiado.  Los rostros que habían reflejado la imagen de su Hacedor manifestaban ahora melancolía y desesperación.  Entre ellos había continua discordia y acerbas recriminaciones.  Antes de su rebelión estas cosas eran desconocidas en el cielo.  Satanás consideró entonces las terribles consecuencias de su rebelión.  Se estremeció, y tuvo miedo de enfrentar el futuro y vislumbrar el fin de todas estas cosas.

 Había llegado la hora de entonar felices cantos de alabanza a Dios y a su amado Hijo.  Satanás había dirigido el coro celestial.  Había dado la nota; luego toda la hueste angélica se había unido a él, y entonces en todo el cielo habían resonado acordes gloriosos en honor de Dios y su amado Hijo.  Pero ahora, en vez de esos dulcísimos acordes, palabras de ira y discordia resonaban en los oídos del gran rebelde. ¿Dónde está él? ¿No es acaso todo esto un horrible sueño? ¿Fue expulsado del cielo? ¿Nunca más se abrirán sus puertas para permitirle entrar?  Se acerca la hora de la adoración, cuando los santos y resplandecientes ángeles se postran delante del Padre.  Nunca más se unirá al cántico celestial.  Nunca más se inclinará, reverente y con santo temor ante la presencia del Dios eterno.

 Si pudiera volver a ser como cuando era puro, fiel y leal, de buena gana abandonaría sus pretensiones de autoridad. ¡Pero estaba perdido, más allá de toda redención, gracias a su presuntuosa rebelión!  Y eso no era todo; había inducido a otros a rebelarse y los había arrastrado a su propia condición: a ángeles que nunca habían pensado poner en tela de juicio la voluntad del Cielo o dejar de obedecer la ley de Dios hasta que él introdujo esas ideas en sus mentes al presentarles la posibilidad de disfrutar de mayores bienes, y de una libertad más elevada y gloriosa.  Por medio de ese sofisma los engañó.  Descansaba entonces  sobre él una responsabilidad de la que le hubiera gustado liberarse.

 Como sus esperanzas habían sido destruidas, esos espíritus se volvieron turbulentos.  En lugar de gozar de mayores bienes, estaban experimentando los tristes resultados de la desobediencia y la falta de respeto por la ley.  Nunca más podrían estar esos seres infelices bajo la influencia de la tierna dirección de Jesucristo.  Nunca más podrían esos espíritus ser conmovidos por el profundo y fervoroso amor, por la paz y la alegría que su presencia siempre les había inspirado, para devolvérselos en gozosa obediencia y reverente honor.

  

Satanás procura su restitución                                       

 Satanás tembló al contemplar su obra.  Meditaba a solas en el pasado, el presente y sus planes para el futuro.  Su poderosa contextura temblaba como si fuera sacudida por una tempestad.  Entonces pasó un ángel del cielo.  Lo llamó y le suplicó que le consiguiera una entrevista con Cristo.  Le fue concedida.  Entonces le dijo al Hijo de Dios que se había arrepentido de su rebelión y deseaba obtener nuevamente el favor de Dios.  Deseaba ocupar el lugar que Dios le había asignado previamente, y permanecer bajo su sabia dirección.  Cristo lloró ante la desgracia de Satanás, pero le dijo, comunicándole la decisión de Dios, que nunca más sería recibido en el cielo, pues éste no podía ser expuesto al peligro.  Todo el cielo se malograría si se lo recibía otra vez, porque el pecado y la rebelión se habían originado en él.  Las semillas de la rebelión todavía estaban dentro de él. No había tenido, en el curso de su rebelión, motivo alguno para actuar de esa manera, y había acarreado ruina sin esperanzas, no sólo para sí mismo, sino para las huestes de ángeles que habrían sido felices en el cielo si él se hubiera mantenido fiel.  La ley de Dios podía condenar, pero no perdonar.

 No se arrepintió de su rebelión porque había visto la bondad de Dios, de la cual había abusado.  No era posible que su amor por Dios hubiera aumentado tanto desde la caída como para conducirlo a una gozosa sumisión y una obediencia feliz a su ley, que había sido despreciada.  La desgracia que experimentaba al haber perdido la dulce luz del cielo, el sentimiento de culpa que lo oprimía, y la desilusión que experimentó al ver que sus esperanzas resultaban fallidas, eran la causa de su dolor.  Ser comandante fuera del cielo era muy diferente que gozar de ese honor en él.  La pérdida de todos los privilegios que había tenido en el cielo le pareció demasiado grande como para soportarla.  Deseaba recuperarlos.

 El tremendo cambio que se había operado en su situación no había aumentado su amor a Dios, ni a su sabia y justa ley.  Cuando Satanás se convenció plenamente de que no habría posibilidad alguna de recuperar el favor de Dios, manifestó su maldad con odio acrecentado y ardiente vehemencia.

 Dios sabía que una rebelión tan decidida no permanecería inactiva.  Satanás inventaría medios para importunar a los ángeles celestiales y mostrar desdén por la autoridad divina.  Como no pudo lograr que lo admitieran en el cielo, montó guardia en la entrada misma de él, para mofarse de los ángeles y buscar contiendas con ellos cuando entraban y salían.  Procuraría destruir la felicidad de Adán y Eva. Trataría de incitarlos a la rebelión, con plena conciencia de que esa produciría tristeza en el cielo.

 

 La conspiración contra la familia humana                                               

 Los seguidores de Satanás salieron a su encuentro, y él se levantó, asumiendo un aire arrogante, y les informó acerca de sus planes para apartar de Dios al noble Adán y a su compañera Eva.  Si de alguna manera podía inducirles a desobedecer, Dios haría algo para perdonarlos; entonces él y todos los ángeles caídos dispondrían de una buena oportunidad para compartir con ellos la misericordia de Dios.  Si eso fallaba, podrían unirse con Adán y Eva, pues una vez que hubieran transgredido la ley de Dios estarían sometidos a la ira divina lo mismo que ellos.  Su transgresión también los pondría a ellos en estado de rebelión, y podrían unirse con Adán y Eva para tomar posesión del Edén y establecer allí su morada.  Y si lograban tener acceso al árbol de la vida que estaba en medio del jardín, su fortaleza sería, según ellos, igual a la de los ángeles santos, y ni Dios mismo podría expulsarlos de allí.

 Satanás celebró una reunión de consulta con sus ángeles malignos.  No todos estaban listos para unirse con el fin de llevar a cabo ese arriesgado y terrible plan.  Les dijo que no confiaría a ninguno de ellos la realización de esa tarea, porque creía que sólo él tenía suficiente sabiduría como para realizar una empresa tan importante.  Quería que consideraran el asunto mientras él los dejaba con el fin de estar solo para madurar sus planes. Trató de convencerlos de que ésa era su única y su última esperanza.  Si fallaban, desaparecería toda perspectiva de recuperar el cielo y controlarlo, o cualquier otra parte de la Creación de Dios.

 Satanás quedó solo para madurar los planes que seguramente provocarían la caída de Adán y Eva.  Temía que sus propósitos no se cumplieran.  Aún más, aunque tuviera éxito al inducir a Adán y Eva a desobedecer los mandamientos de Dios y convertirlos en transgresores de su ley, si de todo ello él no recibía ningún beneficio, su propia situación no mejoraría; su culpa, en cambio sólo aumentaría.

 Se estremeció al pensar en sumergir a la santa y feliz pareja en la miseria y el remordimiento que él mismo debía soportar.  Parecía indeciso: a veces firme y resuelto, otras dubitativo y vacilante.  Sus ángeles lo buscaban, puesto que era su dirigente, para informarle acerca de la decisión que habían tomado.  Se unirían a Satanás en sus planes, para compartir con él la responsabilidad y las consecuencias.

 Satanás ahuyentó sus sentimientos de desesperación y flaqueza y, como dirigente de ellos, se revistió de valor con el fin de afrontar la situación y hacer todo cuanto estuviera a su alcance para desafiar la autoridad de Dios y de su Hijo.  Los informó acerca de sus planes.  Si se acercaba audazmente a Adán y Eva para quejarse del unigénito Hijo de Dios, no lo escucharían en absoluto; por el contrario, estarían preparados para repeler ese ataque.  Si tratara de intimidarlos con su poder -hasta hacía poco había sido un ángel provisto de gran autoridad-, tampoco podría lograr nada.  Decidió que la astucia y el engaño lograrían lo que no fuera posible por la fuerza.

  

Se advierte a Adán y Eva                                                   

 Dios reunió a la hueste angélica para tomar medidas con el fin de evitar el mal que amenazaba.  Se decidió en el consejo del cielo enviar ángeles para advertir a Adán que estaba en peligro por la presencia del enemigo.  Dos ángeles se apresuraron a visitar a nuestros primeros padres.  La santa pareja los recibió con inocente alegría, expresando su gratitud al Creador por haberlos rodeado con tal profusión de su bondad.  Podían gozar de todo lo amable y atractivo, y todo parecía adaptarse sabiamente a sus necesidades; y lo que estimaban por sobre toda otra bendición era su relación con el Hijo de Dios y los ángeles celestiales, pues tenían tanto que contarles en cada visita en cuanto a las bellezas de la naturaleza que descubrían cada vez en el hermoso hogar del Edén, y tenían muchas preguntas que hacer acerca de muchas cosas que no podían comprender claramente.

 Con bondad y amor los ángeles les daban la información que deseaban recibir.  También les contaron la triste historia de la rebelión y la caída de Satanás.  Entonces les informaron con claridad que el árbol del conocimiento había sido puesto en el jardín como prueba de su obediencia y su amor por Dios; que los santos ángeles sólo podían conservar su condición exaltada y feliz si eran obedientes; que ellos estaban en una situación similar; que podían obedecer la ley de Dios y ser inefablemente felices, o desobedecerla y perder su elevada condición y caer en la desesperación.

 Dijeron a Adán y a Eva que Dios no los obligaría a obedecer; que no los había privado del poder de obrar en contra de su voluntad; que ellos eran seres dotados de naturaleza moral, libres de obedecer o de desobedecer.  Sólo había una prohibición que Dios había considerado propio imponerles hasta ese momento.  Si transgredían la voluntad de Dios ciertamente morirían.  Dijeron a Adán y a Eva que el ángel más excelso, que seguía en jerarquía a Cristo, no había querido obedecer la ley de Dios que había sido promulgada para gobernar a los seres celestiales; que esa rebelión había provocado guerra en el cielo, que como resultado de ella el rebelde había sido expulsado, y que todo ángel que se había unido a él para poner en tela de juicio la autoridad del gran Jehová había sido echado del cielo también; y que ese adversario caído era ahora enemigo de todos los que se preocupaban de los intereses de Dios y de su amado Hijo.

 Les dijeron que Satanás se había propuesto hacerles daño, y que era necesario que los protegieran, porque podrían llegar a relacionarse con el adversario caído: pero que éste no podría causarles perjuicio mientras se mantuvieran obedientes a los mandamientos de Dios, porque si fuera necesario todos los ángeles del cielo acudirían en su ayuda antes que permitir que él los perjudicara de alguna manera.  Pero si desobedecían los mandamientos de Dios, entonces Satanás tendría poder para molestarlos, confundirlos y causarles problemas.  Si permanecían firmes frente a las primeras insinuaciones de Satanás, estarían tan seguros como los ángeles celestiales.  Pero si cedían ante el tentador, el que no había protegido a los ángeles excelsos tampoco los protegería.  Tendrían que sufrir el castigo correspondiente a su trasgresión, porque la ley de Dios es tan sagrada como él mismo, y él exige obediencia perfecta de todos en el cielo y en la tierra.

 Los ángeles aconsejaron a Eva que no se separara de su esposo en el desempeño de sus tareas, porque podría llegar a encontrarse con el adversario caído.  Si se separaban, estarían en mayor, peligro que si estuvieran juntos.  Los ángeles les encargaron que siguieran estrictamente las instrucciones que Dios les había dado en relación con el árbol del conocimiento, pues si obedecían perfectamente estarían a salvo, y el adversario caído no tendría poder para engañarles.  Dios no permitiría que Satanás siguiera  a la santa pareja para tentarlos constantemente.  Sólo podría tener acceso a ellos en el árbol del conocimiento del bien y del mal.

 Adán y Eva aseguraron a los ángeles que nunca desobedecerían los expresos mandamientos de Dios, pues su mayor placer consistía en hacer su voluntad.  Los ángeles se unieron a ellos en santos acordes de música armoniosa, y mientras sus himnos se elevaban a las alturas del bendito Edén, Satanás escuchaba la melodía de gozosa adoración al Padre y al Hijo.  Y al escuchar aumentaba su envidia, su odio y su maldad.  Comunicó entonces a sus seguidores su ardiente deseo de incitarlos (a Adán y Eva) a desobedecer, para que de esa manera acarrearan sobre sí la ira de Dios, y trocaran sus cantos de alabanza por el odio y por maldiciones a su Hacedor.

  

Capitulo Cuarto

 

LA TENTACIÓN Y LA CAÍDA

 Satanás tomó la forma de una serpiente y entró en el Edén.  Esta era una hermosa criatura alada, y mientras volaba su aspecto era resplandeciente, semejante al oro bruñido.  No se arrastraba por el suelo sino que se trasladaba por los aires de lugar en lugar, y comía fruta como el hombre.  Satanás se posesionó de la serpiente, se ubicó en el árbol del conocimiento y comenzó a comer de su fruto con despreocupación.

 Eva, en un primer momento sin darse cuenta, se separó de su esposo absorbida por sus ocupaciones.  Cuando se percató del hecho, tuvo la sensación de que estaba en peligro, pero nuevamente se sintió segura, aunque no estuviera cerca de su esposo.  Creía tener sabiduría y fortaleza para reconocer el mal y enfrentarlo.  Los ángeles le habían advertido que no lo hiciera.  Eva se encontró contemplando el fruto del árbol prohibido con una mezcla de curiosidad y admiración.  Vio que el árbol era agradable y razonaba consigo misma acerca de por qué Dios habría prohibido tan decididamente que comieran de su fruto o lo tocaran.  Esa era la oportunidad de Satanás.  Se dirigió a ella como si fuese capaz de adivinar sus pensamientos: "¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?" Así, con palabras suaves y agradables, y con voz melodiosa, se dirigió a la maravillada Eva, que se sintió sorprendida al verificar que la serpiente hablaba.  Esta alabó la belleza y el extraordinario encanto de Eva, lo que no le resultó desagradable.  Pero estaba sorprendida, porque sabía que Dios no había conferido a la serpiente la facultad de hablar.

 La curiosidad de Eva se había despertado.  En vez de huir de ese lugar, se quedó allí para escuchar hablar a la serpiente.  No cruzó por su mente la posibilidad de que el enemigo caído utilizara a ésta como un médium.  Era Satanás quien hablaba, no la serpiente.  Eva estaba encantada, halagada, infatuada. Si se hubiera encontrado con un personaje imponente, que hubiera tenido la forma de los ángeles y se les pareciera, se habría puesto en guardia.  Pero esa voz extraña debiera haberla conducido al lado de su esposo para preguntarle por qué otro ser podía dirigirse a ella tan libremente.  En cambio, se puso a discutir con la serpiente.  Le respondió: "Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis".  La serpiente contestó: "No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal".

 Satanás quería introducir la idea de que al comer del árbol prohibido recibirían una nueva clase de conocimiento más noble que el que habían alcanzado hasta entonces.  Esa ha sido su especial tarea, con gran éxito, desde su caída: inducir a los hombres a espiar los secretos del Todopoderoso y a no quedarse insatisfechos con lo que Dios ha revelado, y a no obedecer, cuidadosamente lo que él ha ordenado. Pretende inducirlos, además, a desobedecer los mandamientos de Dios, para hacerles creer que se están introduciendo en un maravilloso campo de conocimiento.  Eso es pura suposición, y un engaño miserable.  No logran entender lo que Dios ha revelado, y menosprecian sus explícitos mandamientos y procuran sabiduría, separados de Dios, y tratan de comprender lo que él ha decidido vedar a los mortales.  Se ensoberbecen en sus ideas de progreso y se sienten encantados por sus propias vanas filosofías, pero en relación con el verdadero conocimiento andan a tientas en la oscuridad de la medianoche.  Siempre están aprendiendo pero nunca son capaces de llegar al conocimiento de la verdad.

 No era la voluntad de Dios que esa inocente pareja tuviera el menor conocimiento del mal.  Les había otorgado el bien con generosidad, y les había evitado el mal.  Eva creyó que las palabras de la serpiente eran sabias, y escuchó la audaz aseveración: "No moriréis, sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal".  Con esto Satanás presentó a Dios como mentiroso.  Insinuó con osadía que Dios los había engañado para evitar que alcanzaran una altura de conocimiento igual a la suya.  Dios dijo: "Si coméis, moriréis".  La serpiente dijo: "Si coméis, no moriréis".

 El tentador aseguró a Eva que tan pronto como comiera del fruto recibiría un conocimiento nuevo y superior que la igualaría a Dios.  Llamó la atención de ella a sí mismo.  Comió a su gusto del fruto del árbol, y descubrió que no sólo era inofensivo, sino además delicioso y estimulante, y le dijo que por causa de sus maravillosas propiedades para impartir sabiduría y poder Dios les había prohibido que lo comieran o aun lo tocaran, porque conocía sus maravillosas cualidades.  Afirmó que por comer del fruto del árbol prohibido había adquirido la capacidad de hablar. Insinuó que Dios no cumpliría su palabra, que era sólo una amenaza para intimidarlos e impedirles lograr un gran beneficio.  Además le dijo que no morirían. ¿No habían comido acaso del árbol de la vida que perpetuaba la inmortalidad?  Le dijo seguidamente que Dios los estaba engañando para impedirles alcanzar un nivel de felicidad más elevado y un gozo más excelso.  El tentador arrancó el fruto y se lo alcanzó a Eva. Ella lo tomó.  "Ahora bien -dijo el tentador-, se les había prohibido hasta que lo tocaran, porque morirían".  Le dijo entonces que no experimentaría más daño o muerte al comer el fruto que al tocarlo o sostenerlo entre las manos.  Eva se envalentonó al no sentir las señales inmediatas del desagrado de Dios.  Le pareció que las palabras del tentador eran sabias y correctas.  Comió, y se sintió deleitada con el fruto.  Su sabor le resultó delicioso, y se imaginó que estaba experimentando en sí misma sus maravillosos efectos.

  

Eva se transforma en tentadora                                              

Tomó entonces del fruto y comió, e imaginó que sentía el poder vivificante de una nueva y elevada existencia como resultado de la influencia estimulante del fruto prohibido.  Se encontraba en un estado de excitación extraña y antinatural cuando buscó a su esposo las manos llenas del fruto prohibido.  Le habló acerca del sabio discurso de la serpiente y manifestó su deseo de llevarlo inmediatamente junto al árbol del conocimiento.  Le dijo que había comido del fruto, y que en lugar de experimentar una sensación de muerte, sentía una influencia estimulante y placentera. Tan pronto como Eva desobedeció se transformó en un medio poderoso para ocasionar la caída de su esposo.

 Vi que la tristeza se insinuaba en el rostro de Adán.  Parecía temeroso y atónito.  Al parecer, había una lucha en su mente.  Le dijo a Eva que estaba casi seguro de que se trataba del enemigo contra el cual se los había advertido, y que de ser así, ella debía morir.  La mujer le aseguró que no sentía efectos dañinos sino una influencia placentera, e insistió en que él comiera.

 Adán comprendió perfectamente que su compañera había transgredido la única prohibición que se les había hecho como prueba de su fidelidad y su amor.  Eva argumentó que la serpiente había dicho que no morirían, y sus palabras debían ser verdaderas, porque no sentía señales del desagrado de Dios, sino una influencia placentera, como la que experimentaban los ángeles, según ella lo imaginaba.

 Adán lamentó que Eva se hubiera apartado de su lado, pero ya todo estaba hecho.  Debía separarse de aquella cuya compañía tanto amaba. ¿Cómo podía permitirlo?  Su amor por Eva era intenso.  Y totalmente desanimado resolvió compartir su suerte.  Razonaba que Eva era parte de sí mismo, y si ella debía morir, moriría con ella, porque no podía soportar el pensamiento de separarse de ella.  Le faltaba fe en su misericordioso y benevolente Creador.  No se le ocurrió que Dios, que lo había creado del polvo de la tierra para hacer de él un ser viviente y hermoso, y había creado a Eva para que fuera su compañera, la podía reemplazar.  Después de todo, ¿no podrían acaso ser correctas las palabras de esa sabia serpiente?  Allí estaba Eva ante él, tan encantadora y tan hermosa, y aparentemente tan inocente como antes de desobedecer.  Manifestaba mayor amor por él que antes de su desobediencia, como consecuencia del fruto que había comido.  No vio en ella señales de muerte.  Eva le había hablado de la  feliz influencia del fruto, de su ardiente amor por él, y decidió afrontar las consecuencias.  Tomó el fruto y lo comió rápidamente, y al igual que Eva no sintió inmediatamente sus efectos perjudiciales.

 La mujer creía que era capaz de discernir el bien y el mal.  La lisonjera esperanza de alcanzar un nivel más elevado de conocimiento la había inducido a pensar que la serpiente era su amiga especial, que tenía gran interés en su bienestar.  Si hubiera buscado a su esposo y ambos hubieran transmitido a su Hacedor las palabras de la serpiente, habrían sido librados al instante de esa artera tentación.  El Señor no quería que averiguaran nada acerca del fruto del árbol del conocimiento, porque en ese caso se verían expuestos a la astucia de Satanás.  Sabía que estarían perfectamente seguros si no tocaban ese fruto.

 

 El libre albedrío del hombre                                             

 Dios instruyó a nuestros primeros padres con respecto al árbol del conocimiento, y ellos estaban plenamente informados acerca de la caída de Satanás, y del peligro de escuchar sus sugerencias.  No les quitó la facultad de comer el fruto prohibido.  Dejó que como seres moralmente libres creyeran su palabra, obedecieran sus mandamientos y vivieran, o creyeran al tentador, desobedecieran y perecieran.  Ambos comieron, y la gran sabiduría que obtuvieron fue el conocimiento del pecado y un sentimiento de culpa.  El manto de luz que los envolvía pronto desapareció, y presas del sentimiento de culpa y de haber perdido la protección divina, un temblor se apoderó de ellos y trataron de cubrir sus cuerpos desnudos.

 Nuestros primeros padres decidieron creer las palabras de una serpiente, según pensaban, que no les había dado prueba alguna de su amor.  No  había hecho nada por su felicidad y su beneficio, mientras Dios les había dado todo lo que era bueno para comer y agradable a la vista.  Doquiera descansaba la mirada había abundancia y belleza; sin embargo, Eva fue engañada por la serpiente, y llegó a pensar que se les había ocultado algo que podía hacerlos tan sabios como Dios mismo.  En vez de creer en Dios y confiar en él, rechazó mezquinamente su bondad y aceptó las palabras de Satanás.

 Después de su transgresión Adán imaginó al principio que experimentaba el surgimiento de una forma de vida nueva y más elevada.  Pero pronto el pensamiento de su transgresión lo llenó de terror.  El aire, que había sido agradable y de temperatura uniforme, parecía querer congelarlos ahora.  La pareja culpable experimentaba un sentimiento de pecado.  Sentían temor por el futuro, una impresión de necesidad y desnuda el alma.  El dulce amor y la paz, y ese feliz y arrobado contentamiento, parecieron haber desaparecido, y en su lugar los sobrecogió una sensación de necesidad que nunca habían experimentado antes.  Entonces, por primera vez, prestaron atención a lo externo.  Nunca habían estado vestidos sino que los había envuelto una luz como a los ángeles celestiales.  Esa luz que los rodeaba había desaparecido.  Para aliviar esa sensación de necesidad y desnudez que experimentaban, trataron de buscar algo que les cubriera el cuerpo, pues, ¿cómo podrían comparecer desnudos ante Dios y los ángeles?

 Su crimen apareció entonces delante de ellos en su verdadera dimensión.  Su transgresión del expreso mandamiento de Dios asumió un carácter más definido.  Adán censuró la insensatez de Eva al apartarse de él para ser engañada por la serpiente. Ambos se tranquilizaban pensando que Dios, que les había dado todo lo necesario para hacerlos felices, perdonaría su desobediencia por causa de su gran amor por ellos, y que su castigo no sería tan terrible después de todo.

 Satanás se regocijó por su éxito. Había tentado a la mujer para que desconfiara de Dios, dudara de su sabiduría y tratara de entrometerse en sus omniscientes planes.  Y por su intermedio había causado también la caída de Adán quien, como consecuencia de su amor por Eva, desobedeció el mandamiento de Dios y cayó juntamente con ella.

 Las noticias de la caída del hombre se difundieron por el cielo.  Todas las arpas enmudecieron.  Los ángeles depusieron con tristeza sus coronas.  Todo el cielo estaba conmovido.  Los ángeles se sentían apenados por la vil ingratitud del hombre en respuesta a las riquezas con que Dios lo había provisto.  Se celebró un concilio para decidir qué se haría con la pareja culpable.  Los ángeles temían que extendieran la mano y comieran del árbol de la vida, para perpetuar así sus vidas pecaminosas.

 El Señor visitó a Adán y Eva y les dio a conocer las consecuencias de su desobediencia.  Cuando se percataron de la presencia majestuosa de Dios trataron de esconderse de su vista, de la que antes se deleitaban, cuando gozaban de inocencia y santidad.  "Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él le respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí.  Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?" El Señor no formuló esa pregunta porque necesitaba información, sino para tratar de convencer a la pareja culpable. ¿Qué te infundió vergüenza y temor?  Adán reconoció su transgresión, no porque estuviera arrepentido de su gran desobediencia, sino para reprochar a Dios.  La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí".  Entonces preguntó a la mujer: "¿Qué es lo que has hecho?" Eva respondió: "La serpiente me engañó, y comí".

 

 La maldición                                                    

 El Señor se dirigió entonces a la serpiente: "Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida".  Así como la serpiente  había sido exaltada por encima de todas las bestias del campo, sería degradada por debajo de todas ellas, y sería odiada por el hombre, por cuanto había sido el medio por el cual había actuado Satanás.  "Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida; espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo.  Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra".

 Dios maldijo la tierra por causa del pecado cometido por Adán y Eva al comer del árbol del conocimiento, y declaró: "Con dolor comerás de ella todos los días de tu vida".  El Señor les había proporcionado lo bueno y les había evitado el mal.  Entonces les declaró que comerían de él, es decir, estarían en contacto con el mal todos los días de su vida.

 De allí en adelante el género humano sería afligido por las tentaciones de Satanás. Se asignó a Adán una vida de constantes fatigas y ansiedades, en lugar de las labores alegres y felices de que habían gozado hasta entonces.  Estarían sujetos al desaliento, la tristeza y el dolor, y finalmente desaparecerían.  Habían sido hechos del polvo de la tierra, y al polvo debían retornar.

 Se les informó que debían salir de su hogar edénico.  Habían cedido ante los engaños de Satanás y habían creído sus afirmaciones de que Dios mentía.  Mediante su transgresión habían abierto la puerta para que Satanás tuviera fácil acceso a ellos, y ya no era seguro que permanecieran en el Jardín del Edén, no fuera que en su condición pecaminosa tuvieran acceso al árbol de la vida y perpetuaran así una vida de pecado.  Suplicaron que se les permitiera quedar, aunque reconocían que habían perdido todo derecho al bendito Edén.  Prometieron que en lo futuro obedecerían a Dios perfectamente.  Se les informó que al caer de la inocencia a la culpa no se habían fortalecido, sino por el contrario se habían debilitado enormemente.  No habían preservado su integridad cuando gozaban de un estado de santa y feliz inocencia, mucho menos tendrían fortaleza para permanecer leales y fieles en un estado de culpa consciente.  Se llenaron de profunda angustia y remordimiento.  Comprendieron entonces que el castigo del pecado es la muerte.

 Algunos ángeles fueron encargados de custodiar inmediatamente el acceso al árbol de la vida.  El plan bien trazado por Satanás consistía en que Adán y Eva desobedecieran a Dios, recibieran su desaprobación, y entonces participaran del árbol de la vida, para que pudieran perpetuar su vida pecaminosa.  Pero se envió a los santos ángeles para cerrarles el paso al árbol de la vida.  En torno de estos ángeles surgían rayos de luz por todas partes, que tenían el aspecto de espadas resplandecientes.

  

Capítulo Cinco

 

EL PLAN DE SALVACIÓN

 EL CIELO se llenó de pesar cuando todos se dieron cuenta de que el hombre estaba perdido y que el mundo creado por Dios se llenaría de mortales condenados a la miseria, la enfermedad y la muerte, y que no había vía de escape para el ofensor.  Toda la familia de Adán debía morir.  Contemplé al amante Jesús y percibí una expresión de simpatía y pesar en su rostro.  Pronto lo vi aproximarse al extraordinario y brillante resplandor que rodea al Altísimo.  Mi ángel acompañante dijo: "Está en íntima comunión con su Padre". La ansiedad de los ángeles parecía ser muy intensa mientras Jesús estaba en comunión con Dios. Tres veces lo encerró el glorioso resplandor que rodea al Padre, y cuando salió la tercera vez, se lo pudo ver.  Su rostro estaba calmado, libre de perplejidad y duda, y resplandecía con una bondad y una amabilidad que las palabras no pueden expresar.

 Entonces informó a la hueste angélica que se había encontrado una vía de escape para el hombre perdido.  Les dijo que había suplicado a su Padre, y que había ofrecido su vida en rescate, para que la sentencia de muerte recayera sobre él, para que por su intermedio el hombre pudiera encontrar perdón; para que por los méritos de su sangre, y como resultado de su obediencia a la ley de Dios, el hombre pudiera gozar del favor del Señor, volver al hermoso jardín y comer del fruto del árbol de la vida.

 En primera instancia los ángeles no se pudieron regocijar, porque su Comandante no les ocultó nada, sino por el contrario abrió frente a ellos el plan de salvación.  Les dijo que se ubicaría entre la ira de su Padre y el hombre culpable, que llevaría sobre sí la iniquidad y el escarnio, y que pocos lo recibirían como Hijo de Dios.  Casi todos lo aborrecerían y lo rechazarían.  Dejaría toda su gloria en el cielo, aparecería sobre la tierra como hombre, se humillaría como un hombre, llegaría a conocer por experiencia propia las diversas tentaciones que asediarían al hombre, para poder saber cómo socorrer a los que fueran tentados; y que finalmente, después de cumplir su misión de maestro, sería entregado en manos de los hombres, para soportar casi toda la crueldad y el sufrimiento que Satanás y sus ángeles pudieran inspirar a los impíos; que moriría la más cruel de  las muertes, colgado entre el cielo y la tierra, como un culpable pecador; que sufriría terribles horas de agonía, que los mismos ángeles no serían capaces de contemplar, pues velarían sus rostros para no verla.  No solo sufriría de agonía corporal, sino de una agonía mental con la cual la primera de ningún modo se podía comparar.  El peso de los pecados de todo el mundo recaería sobre él.  Les dijo que moriría y se levantaría de nuevo al tercer día, que ascendería a su Padre para interceder por el hombre extraviado y culpable.

 

La única vía posible de salvación                                              

 Los ángeles se postraron delante de él.  Ofrecieron sus vidas.  Jesús les dijo que mediante  la suya salvaría a muchos, y que la de un ángel no podía pagar esa deuda.  Sólo su vida podía ser aceptada por su Padre como rescate en favor del hombre.  Les dijo que desempeñarían un papel, que estarían con él en diferentes oportunidades para fortalecerlo; que tomaría la naturaleza caída del hombre, y que su fortaleza ni siquiera se igualaría con la de ellos; que serían testigos de su humillación y sus grandes sufrimientos; y que al verificarlos y ver el odio de los hombres, se sentirían sacudidos por las más profundas emociones, y por amor a él querrían rescatarlo y librarlo de sus asesinos, pero que no debían interferir ni evitar nada de lo que contemplaran; que desempeñarían una parte en ocasión de su resurrección; que el plan de salvación había sido trazado, y que su Padre lo aceptaba.

 Con santa pesadumbre Jesús consoló y animó a los ángeles, y les informó que después de estas cosas los que él redimiera estarían con el, y que mediante su muerte rescataría a muchos y destruiría al que tenía el poder de la muerte.  Que su Padre le daría el reino y su grandeza debajo de todos los cielos, y que lo poseería para siempre jamás.  Satanás y los pecadores serían destruidos, y no perturbarían nunca más el cielo ni la nueva tierra purificada.  Jesús encareció a la hueste celestial que aceptara el plan que su Padre había aceptado, y que se regocijaran en el hecho de que por medio de su muerte el hombre caído podría de nuevo ser exaltado para obtener el favor de Dios y gozar del cielo.

 Entonces éste se lleno de un gozo inefable.  Y la hueste angélica entonó un himno de alabanza y adoración.  Pulsaron sus arpas y entonaron una nota más elevada que nunca antes por la gran misericordia y la condescendencia de Dios al entregar a su muy Amado para que muriera por una raza de rebeldes.  La alabanza y la adoración se derramaron por la abnegación y el sacrificio de Jesús; por el hecho de que consintiera en dejar el seno de su Padre y eligiera una vida de sufrimiento y angustia, para morir una muerte ignominiosa con el fin de dar vida a otros.

 El ángel dijo: "¿Piensas tú que el Padre entregó a su amado Hijo sin conflicto alguno?  No, no.  El mismo Dios del cielo tuvo que luchar para decidir si dejaría perecer al hombre culpable o daría a su amado Hijo para que muriera por él".  Los ángeles estaban tan interesados por la salvación del hombre que se podía encontrar entre ellos a quienes hubieran estado dispuestos a abandonar la gloria y dar su vida por el hombre perdido.  "Pero -dijo mi ángel acompañante-, de nada valdría.  La transgresión es tan grande que la vida de un ángel no puede pagar la deuda.  Nada fuera de la muerte y la intercesión de su Hijo podía pagar la deuda y salvar al hombre perdido del pesar y la miseria sin esperanzas".

 Pero a los ángeles se les asignó una tarea, es a saber, subir y bajar con el bálsamo fortalecedor procedente de la gloria,  para suavizar los sufrimientos del Hijo  de Dios y servirle. También tendrían la tarea de guardar y proteger a los súbditos de la gracia de los ángeles impíos y de las tinieblas que constantemente arrojaría contra ellos Satanás.  Vi que era imposible que Dios alterara o cambiara su ley para salvar al hombre perdido y a punto de perecer;  por eso permitió que su amado Hijo muriera por la transgresión del hombre.

 Satanás se regocijó una vez más con sus ángeles de que hubiera podido derribar al Hijo de Dios de su exaltada posición al provocar la caída del hombre.  Dijo a sus ángeles que cuando Jesús tomara la naturaleza del hombre caído, podría dominarlo e impedir que cumpliera el plan de salvación.

 Se me mostró a Satanás como fue una vez, un ángel feliz y exaltado.  Después lo vi como es ahora.  Su aspecto sigue siendo principesco. Sus rasgos siguen siendo nobles, porque es un ángel caído.  Pero la expresión de su rostro esta llena de ansiedad, preocupación, infelicidad, malicia, odio, deseos de causar daño, engaño y toda clase de mal. Observé en forma especial esa frente que fue tan noble.  A partir de sus ojos comienza a retroceder.  Observé que por tanto tiempo se ha inclinado al mal que toda buena cualidad se ha rebajado y se ha desarrollado todo rasgo maligno.  Sus ojos son astutos, irónicos y manifiestan profunda penetración.  Su cuerpo es grande, pero su piel cuelga suelta de sus manos y su rostro.  Cuando lo contemplé, su barbilla reposaba sobre mano izquierda.  Parecía que estaba entregado a una profunda meditación.  Una sonrisa se dibujaba en su rostro, que me hizo temblar, pues estaba llena de maldad y de astucia satánica.  Es la sonrisa que esboza justamente antes de apoderarse de su víctima, y cuando la entrampa en sus redes es cada vez más horrible.

 Humildemente y con indecible pesar Adán y Eva abandonaron el hermoso jardín donde habían sido tan felices hasta que desobedecieron la orden de Dios.  La atmósfera había cambiado.  Ya no se mantenía invariable como antes de la transgresión.  Dios los vistió con túnicas de pieles para cubrirlos de la sensación de frío y calor a la que estaban expuestos.

 

 La inmutable ley de Dios                                                

 Todo el cielo se lamentó por la desobediencia y la caída de Adán y Eva, que habían acarreado la ira de Dios sobre toda la especie humana.  Ya no podían tener comunión directa con Dios y se habían sumergido en la miseria y la desesperación.  No se podía cambiar la ley de Dios para que se adaptara a la necesidad del hombre, porque de acuerdo con el plan de Dios ésta nunca debía perder su fuerza ni anular el más pequeño de sus requerimientos.

 Los ángeles de Dios fueron comisionados para que visitaran la pareja caída y le informaran que aunque no podían conservar su santa condición ni su hogar edénico por causa de la transgresión de la ley de Dios, su caso no era totalmente desesperado.  Se les informó que el Hijo de Dios, que había conversado con ellos en el Edén, se había sentido impulsado por la piedad, en vista de su condición desesperada, y que se había ofrecido voluntariamente para soportar el castigo que les correspondía, y morir para que los seres humanos pudieran vivir por fe en la expiación que Cristo proponía hacer por ellos.  Por medio de Jesús se había abierto una puerta de esperanza para que el hombre, a pesar de su gran pecado, no quedara bajo el dominio completo de Satanás.  La fe en los méritos de Hijo de Dios elevaría de tal manera a éste que podría resistir las artimañas de Satanás.  Se le concedería un tiempo de prueba durante el cual, por medio de una vida de arrepentimiento y fe en la expiación del Hijo de Dios, podría ser redimido de su transgresión a la ley del Padre y elevado así hasta un nivel donde sus esfuerzos por guardar la ley de Dios podrían ser aceptados.

 Los ángeles les comunicaron el pesar que se experimentó en el cielo cuando se anunció que ellos habían transgredido la ley de Dios, lo que había inducido a Cristo a llevar a cabo el gran sacrificio de su propia vida preciosa.

 Cuando Adán y Eva se dieron cuenta de cuán exaltada y santa es la ley de Dios, cuya transgresión requería un sacrificio tan costoso para salvarlos de la ruina junto con su posteridad, rogaron, que se les permitiera morir o que sus descendientes experimentaran el castigo de su transgresión, antes que el amado Hijo de Dios hiciera un sacrificio tan grande. La angustia de Adán iba en aumento.  Se dio cuenta de que sus pecados eran de tal magnitud que implicaban terribles consecuencias. ¿Cómo podía ser posible que el tan honrado Comandante celestial, que había caminado y conversado con él cuando gozaba de santa inocencia, a quien los ángeles honraban y adoraban, fuera depuesto de su exaltada posición para morir por causa de su pecado?

 Se informó a Adán que la vida de un ángel no podía pagar la deuda.  La ley de Jehová, fundamento de su gobierno en el cielo y en la tierra, era tan sagrada como Dios mismo; y por esa razón el Señor no podía aceptar la vida de un ángel como sacrificio por su transgresión.  Su ley es de más importancia a su vista que los santos ángeles que rodean su trono.  El Padre no podía abolir ni modificar un solo precepto de su ley para adaptarla a la condición caída del ser humano.  Pero el Hijo de Dios, que junto con el Padre había creado al hombre, podía ofrecer por éste una expiación que el Señor podía aceptar, mediante el don de su vida en sacrificio, para recibir sobre sí la ira de su Padre.  Los ángeles informaron a Adán que así como su transgresión había acarreado muerte y ruina, la vida y la inmortalidad aparecerían como resultado del sacrificio de Cristo.

  

Una vislumbre del futuro                                                    

 A Adán se le revelaron importantes acontecimientos del futuro, desde su expulsión del Edén hasta el diluvio y más allá, hasta la primera venida de Cristo a la tierra; su amor por Adán y su posteridad inducirían al Hijo de Dios a condescender al punto de tomar la naturaleza humana para elevar así, por medio de su propia humillación, a todos los que creyeran en él.  Ese sacrificio sería de suficiente valor como para salvar a todo el mundo; pero sólo unos pocos aprovecharían la salvación ofrecida por medio de un sacrificio tan extraordinario.  La mayor parte no cumpliría las condiciones requeridas para ser participantes de la gran salvación de Dios.  Preferirían el pecado y la transgresión de la ley del Señor antes de arrepentirse y obedecer, para descansar por fe en los méritos y el sacrificio ofrecidos.  Este sacrificio era de un valor tan inmenso, como para hacer más precioso que el oro fino, y que el oro de Ofir, al hombre que lo aceptara.

 Se transportó a Adán a través de las generaciones sucesivas para que viera el aumento del crimen, la culpa y la contaminación, porque el hombre cedería a sus inclinaciones naturalmente fuertes a desobedecer la santa ley de Dios.  Se le mostró que la maldición del Señor recaería cada vez con más fuerza sobre la raza humana, el ganado y la tierra, por causa de la permanente transgresión del hombre.  Se le mostró también que la iniquidad y la violencia irían en aumento constante; sin embargo, en medio de toda la marea de la miseria y la desgracia humana siempre habría unos pocos que conservarían el conocimiento de Dios y que permanecerían incontaminados en medio de la prevaleciente degeneración moral.  Adán debió comprender lo que era el pecado: la transgresión de la ley.  Se le mostró que la especie cosecharía degeneración moral, mental y física como resultado de la transgresión, hasta que el mundo se llenara de toda clase de miseria humana.

 Los días del hombre fueron acortados por causa de su propio pecado al desobedecer la justa ley de Dios.  La especie se depreció tanto finalmente que causó la impresión de ser inferior y casi sin valor. Generalmente los hombres fueron incapaces de apreciar el misterio del Calvario y los grandes y sublimes hechos de la expiación y el plan de salvación, por causa de su sometimiento al ánimo carnal. Sin embargo, a pesar de su debilidad y de las debilitadas facultades mentales, morales y físicas de la especie humana, Cristo, fiel al propósito que lo indujo a salir del cielo, continúa manifestando interés en estos débiles, despreciados y degenerados ejemplares de la humanidad, y los invita a ocultar su debilidad y sus muchas deficiencias en él.  Si están dispuestos a acudir a él, el Señor lo está para suplir todas sus necesidades.

  

Los sacrificios                                                    

 Cuando Adán, de acuerdo con las indicaciones especiales de Dios, presentó una ofrenda por el pecado, fue para él una ceremonia sumamente penosa. Tuvo que levantar la mano para tomar una vida que sólo Dios podía dar, para presentar su ofrenda por el pecado.  Por primera vez estuvo en presencia de la muerte.  Al contemplar la víctima sangrante en medio de las contorsiones de su agonía, se lo indujo a observar por fe al Hijo de Dios, a quien esa víctima prefiguraba, y que moriría como sacrificio en favor del hombre.

 Esta ceremonia, ordenada por Dios, debía ser un constante recordativo para Adán, como asimismo un reconocimiento penitencial de su pecado.  Este acto de tomar una vida dio a Adán una impresión más profunda y perfecta de su transgresión, que para expiarla se requirió nada menos que la muerte del amado Hijo de Dios.  Se maravilló de la infinita bondad y del incomparable amor puesto de manifiesto al dar semejante rescate para salvar al culpable. Cuando Adán daba muerte a la víctima inocente, le parecía que estaba derramando con su propia mano la sangre del  Hijo de Dios. Se dio cuenta de que si hubiera permanecido fiel al Señor y leal a su santa ley, jamás habrían muerto ni hombres ni animales. No obstante los sacrificios, al señalar hacia la gran y perfecta ofrenda del amado Hijo de Dios, le permitían vislumbrar una estrella de esperanza que iluminaba las tinieblas de su terrible futuro, y le proporcionaban alivio en su total desesperanza y ruina.

 Al principio se consideró que el jefe de cada familia era el dirigente y sacerdote de su propio conjunto familiar.  Más tarde, cuando la especie se multiplicó sobre la tierra, algunos hombres señalados por Dios realizaron la solemne ceremonia de los sacrificios en favor del pueblo. La sangre de los animales debía relacionarse en la mente de los pecadores con la sangre del Hijo de Dios.  La muerte de la víctima debía ser una evidencia para todos que el castigo del pecado es la muerte. Mediante el acto del sacrificio el pecador  reconocía su culpa y manifestaba su fe,  por cuyo intermedio preveía el inmenso y perfecto sacrificio del Hijo de Dios, prefigurado por las ofrendas de animales. Sin la expiación provista por el Hijo de Dios, no podría haber derramamiento de  bendiciones o salvación por parte de Dios con respecto al hombre. El Señor es celoso del honor de su ley. Su transgresión produjo una espantosa separación  entre el Padre y el hombre.  A Adán en su inocencia se le concedió comunión directa, libre y gozosa  con su Hacedor.  Después de su  tu transgresión Dios se comunicaría con él por medio de Cristo y los ángeles.

 

 

Tomado del Libro HISTORIA DE LA REDENCIÓN de Elena G. White.

Para nuevamente la Película siga el siguiente link

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y escoja la película El Gran Conflicto.